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ARTÍCULOS
Agradecemos al veterano
geriatra español Prof. Dr. D. Fernando Perlado Ortiz de Pinedo su
desinteresada colaboración en en Portal a través de este magnífico
artículo.
Mis primeras impresiones de la terapia
ocupacional
Cuando Mrs Morrison cogió con la mano la pajarita de
papel, hecha con esmero el día anterior y dejada abandonada sobre una
mesa, terminábamos de entrar en su santuario. Para llegar a él
atravesamos el largo pasillo que unía las estancias de geriatría con el
departamento de terapia ocupacional. Era un pasillo acristalado. Bobby nos
dirigió con la extraordinaria vitalidad que caracterizaba a su rotunda
figura, encabezando la comitiva de los nuevos residentes. Éramos tres.
Uno hindú, a quien llamaré Yamandó, en recuerdo de esa persona tan
grata y tan humilde de quien me despedí hace unos meses porque se iba -no
sé si ya lo ha hecho- al otro mundo. El segundo tenía apellido escocés.
El tercero era yo. Éramos tan jóvenes que no percibimos la importancia
de aquella ceremonia. Las ceremonias de acogida a los médicos que por
primera vez llegan para trabajar en un hospital -para aprender del
hospital- no son inútiles por repetidas. Toman la forma de cesta que
recoge tu cuerpo para pasearlo por los distintos despachos y plantas,
presentarlo a los moradores del edificio, subirlo por escaleras de altos
peldaños y, si esto ocurre en Inglaterra, desembarcarlo en una pequeña
habitación en la que tomar el té. Sucedió que tras conocer las salas de
hospitalización, con las camas formando hileras de hasta doce, como las
había diseñado Florence Nightingale a su vuelta de Crimea, los despachos
dedicados a la consulta externa y aquel entrañable edificio situado en la
acera de enfrente, con su apartamento de autocuidados, el jefe de la
unidad de geriatría -Bobby, así me dijo que le llamase, tiempo después-
nos invitó a visitar el área de rehabilitación. Allí estaba el
santuario de Mrs Morrison.
Nada más entrar en la sala supe que la terapia ocupacional es la
creación de un ambiente. Todo lo que se ponga en su interior debe
contribuir a crear un ambiente especial: el diseño, la decoración, los
colores, la luz, el sonido de fondo, la distribución de las mesas, con
los pacientes reunidos en grupos, ya que el grupo adquiere una forma de
emoción colectiva. Incluso pacientes dementes con problemas derivados de
una hiperactividad estéril, que en algunos se manifiesta como vagabundeo,
si son guiados a hacer algo constructivo se manejan mejor en pequeños
grupos de tres. Cuando regresé de mi estancia en Inglaterra y se montó
el servicio de geriatría y la correspondiente sala de terapia ocupacional
como parte del hospital de día, me preguntaron por el material que había
que tener, por el equipamiento, por el inventario, por el personal. Por
todo lo que un administrador cree necesario incluir en el presupuesto.
Dije que lo esencial y primero era disponer de un buen o de una buena
terapeuta, ya que él o ella sabrían cómo organizar el ambiente.
Recordé la frase que una vez leí: "La gente tiene que sentir el
calor de una mano, la suavidad de una mirada, el escalofrío de la
música, las sombras y siluetas que a su paso la rozan." ¿Y quién
es la gente? La gente no es sólo los pacientes: también los médicos,
las enfermeras, las auxiliares, los visitantes. La gente es el mundo. El
mundo tiene que sentir algo especial cuando entra en una sala de terapia
ocupacional.
Así que estábamos en aquella amplia sala a las doce del mediodía, la
hora en que mayor actividad se produce. En ella se encontraban alrededor
de treinta pacientes mayores. Observé la zona en donde los ancianos se
entrenan en las técnicas del cuidado personal (una cocina, una cama,
sillones de brazos, material de apoyo para aprender a caminar de forma
segura, utensilios de ayuda a los discapacitados en los actos de comer y
vestirse), y vi también, como si el espacio fuera un gran taller, a
pacientes reparar viejos teléfonos, marcos de cuadros, álbumes de fotos,
calendarios, sillas de ruedas (no me he equivocado: se reparaban sillas de
ruedas si la labor era sencilla y el oficio anterior del paciente lo
permitía) ; vi a través del cristal a dos ancianas en el exterior cuidar
de plantas; vi serrar pequeñas piezas de madera; vi limpiar monedas con
un líquido disolvente; vi a los ayudantes ir de aquí para allá
afanados, dirigiendo, aconsejando, corrigiendo, animando en la
consecución de tareas que dependen más de la imaginación que de la
rutina. Trabajaban allí tres terapeutas ocupacionales, tres auxiliares y
un técnico instructor encargado de los trabajos con madera y metal. Nos
explicaron que la mayor parte del material que se utilizaba era de
deshecho; no inservible, ya que servía para llevar a cabo terapia
ocupacional. Esa fue la primera lección.
La segunda fue que las labores deben acomodarse a los pacientes, y no al
revés. Es decir, que no hay que montar salas de manualidades prejuzgadas
a las que los pacientes tienen que adaptarse, sino que deben encajar con
las habilidades y el nivel intelectual del usuario (una palabra
horrible, pero ahora se dice así). Es triste que personas inteligentes y
capaces sean obligadas a realizar labores infantiles, casi escolares, como
si acudiesen a una guardería o parvulario. La edad no nos vuelve,
necesariamente, infantiles. Recuerdo a ancianos irritados que no han
querido regresar a la sala de terapia ocupacional del hospital a colorear
dibujos para confeccionar un bonito póster de Navidad.
La tercera lección es que cualquier anciano es capaz de hacer algo por
sí mismo, siempre. Todos podemos hacer algo por nosotros mismos, aunque
nos sintamos débiles. Basta que nos animen y nos dirijan, que halaguen
nuestro ego, que nos estimulen, que digan que lo que hemos hecho esa
mañana es terriblemente interesante. La terapia ocupacional es una
excelente fuente de autoafirmación. Alimenta la autoestima. Lo comentó
Mrs Morrison mientras enseñaba su local.
He conocido después otras salas en distintos lugares, en Inglaterra y en
nuestro país, unas más ricas y otras más modestas, dirigidas con
ilusión por personal motivado, pero uno se queda para siempre con las
primeras imágenes, con aquellas primeras impresiones recibidas tras pasar
el pasillo acristalado, que pueden no corresponder exactamente con la
realidad, porque recuperar lo que fue la realidad hace tantos años es
imposible. Es como recordar al viento. O rescatar el silencio de la
adolescencia, que parece un juego de azar cuando te haces mayor.
Julio de 2005
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